Comenzamos, brevemente, con el cine…
Mar Capitán-
En un principio, cuando viniste a Madrid, lo que querías era estudiar y
dedicarte al cine. Aunque has intervenido en varias películas, ¿por qué te
has centrado más como actor de teatro, haciendo aquí personajes principales, y
no tanto en lo que en un principio pretendías?
Helio Pedregal.- Por la misma razón por la que otros se
enamoran de la madre de su novia.
M.C.- En cuanto al
cine español, se puede decir que hay subvenciones, buenos directores, buenos
actores, pero creo que a películas que podrían ser de cierta calidad les falta
“algo”. En tu opinión, ¿qué crees que pasa? ¿No hay buenas historias que
contar, no hay buenos guionistas o directores, no se pone el empeño
suficiente,…? ¿O son la frivolidad y el nadismo
de que tú hablas, que lo atrapan todo?
H.P.- Las servidumbres del mercado asfixian nuestro cine.
Y los otros cines también. Pero la historia sólo recordará a los que no se
sometieron. Es duro. Es difícil. No es el dinero lo que hace del cine algo
luminoso. Y si así fuera, hagamos video que es mucho más barato y soporta el
mismo peso creativo.
Seguimos con el teatro:
M.C.- Viniste a
Madrid muy joven, supongo que con muchas ganas de aprender y te imagino
estudiante aplicado. Layton, Plaza, Narros,… ¿Qué significan para ti?
H.P.- Arnold Taraborrelli ha sido y es el sol que me alumbra. El me enseñó lo
que es este asunto.
M.C.- En una
entrevista que te hicieron cuando estabas representando Spendid’s en el
teatro Valle Inclán de Madrid dices varias cosas interesantes. Elijo tres que
transcribo:
“En los años en los que para mí
trabajar en el teatro tenía una razón densa e importante eran los momentos en
los que el teatro se convertía en un arma de lucha”.
“El teatro está para hablar de
las cosas que nos importan y para proponer o añadir alguna luz a los muchos
problemas que la sociedad tiene planteados”.
“Sigo pensando que el teatro aún mantiene un cierto reducto de
rigor en cuanto a la definición de lo que es un hecho cultural”.
A mi todo esto me parece muy
importante y creo que pone de manifiesto lo que ya sabía: que tú vives por y
para el teatro. Lo digo porque eso no es a lo que está habituado el público:
hay actores que recitan su papel y punto, otros que no saben ni pueden hacer
otra cosa que representarse a sí mismos hagan lo que hagan, otros que está
claro que viven de exclusivas en otros medios, etc., etc.
a. En cuanto a ese “arma de lucha” y
“para proponer o añadir alguna luz a los muchos problemas que tiene la sociedad”,
¿te refieres que el teatro puede o tiene que influir en la sociedad?
b. ¿Tan profundo es tu compromiso como
actor de teatro? Y ¿cuándo, cómo y por qué surgió?
H.P.- Mi compromiso con el teatro es escaso y
siempre temporal. Si me trata bien le soy fiel, lo que no tiene ningún mérito.
Con frecuencia me siento como un toro ante el rejón. Sé, sin embargo, que el
problema es que no aprendí a hacer otra cosa que me permita subsistir. Hago
esto porque no sé hacer otra cosa. Me gusta el escenario pero no me gusta
demasiado sentarme en las butacas. Me aburro con frecuencia. Y para colmo tengo
por costumbre comprar las entradas.
Sí, el teatro fue un arma de lucha. Ese término “luchar” nos resulta
ahora un tanto indigesto.
Sí, el teatro se inventó para hablar de las cosas que nos importan.
Puede ser divertido revisar las carteleras.
Y sí, el teatro, el que a mí me interesa aún no ha sido reducido. Sin
embargo no vamos mucho más allá de una, cada vez más difícil, resistencia.
M.C.- Por un lado, eres un
actor comprometido socialmente; por otro lado dices “no
hacer cosas que "masturben" la demanda sino que inquieten o que
propongan, que generen discusión, que generen reflexión”. El mundo teatral y el mundo real, ¿crees que deben ser
tangenciales, es decir, deben coincidir en algún punto o el teatral, como la
literatura, debe trascenderlo?
H.P.- Cuando los autores trascienden nos quedamos
sin comida. Y el hambre es muy mala. Me gusta leer, mirar y escuchar a los que
viven en el mundo en el que vivo. La manera de apagar una colilla puede
proporcionar más información que mil páginas o mil imágenes que trascienden. La
vida es hermosa incluso cuando es fea. He dicho antes que no me gusta demasiado
sentarme en el patio de butacas. En cambio puedo experimentar un infinito placer
tomando un café tras la ventana de un bar o viajando en el metro.
M.C.- En una entrevista de
esas que te cito antes opinas que “un actor necesita de una postura ética con
respecto a lo que hace”. Creo que los que se saltan esta premisa – muchos, a mi
entender – están perjudicando a este noble oficio y, por ende, al teatro. ¿Qué
opinas tú al respecto?
H.P.- Los poceros, leñadores, curanderos, filósofos,
mamporreros, políticos, financieros, enterradores, actores y demás, tienen como
ley primera adquirir y defender un criterio propio sobre todo lo que se mueve a
su alrededor. Eso es imprescindible para decirle a la parca en su momento que
has vivido.
M.C.- En otro momento de la
entrevista a la que antes me refería, dices: “Podría
estar haciendo Afterplay durante cinco años a diario y no tendría ningún
problema”, refiriéndote al placer de representar
esa obra. ¿Es éste el papel que más te ha gustado interpretar en toda tu
carrera o depende del momento y de las circunstancias? ¿Hay algún otro papel
que todavía no hayas hecho y te gustaría, de Chéjov, por ejemplo, como
apuntabas en otra entrevista que te hicieron?
H.P.- Son los personajes los que buscan desesperadamente a
quienes han de incorporarlos. Cuando se entienden con quien les ha tocado todos
ganamos. Cuando no es así la luz se apaga y la frustración nos daña con rigor.
Admiro profundamente a Pirandello que habla de esto como nadie. Me gusta pensar
que existe un personaje que no conozco –incluso que aún no está escrito – con
el que correré una excitante aventura cualquier día. No me gustaría morirme sin
visitar de nuevo a mi amado Lear.
M.C.- En la medida
de tus posibilidades, creo que eliges lo que interpretas, ¿te identificas
con tus personajes o eliges la obra principalmente por el autor? ¿Has rechazado
alguna vez algún papel (cine o teatro)?¿Qué no harías nunca?
H.P.- Claro que he rechazado cosas. Claro que muchas cosas
me han rechazado. Es lo menos malo que se puede hacer cuando todo anuncia el
desacuerdo. La literatura es una cosa y el escenario es otra diferente. Un
ejemplo: a Prospero le huele el aliento. Nunca podría viajar con él.
M.C.- Has participado en varias obras de
Shakespeare, entre otros papeles, dos veces el de Rey Lear ¿Qué significa
“el bardo de Avon” para ti?
H.P.- Al contrario que
Próspero, Lear huele a lo que huele el cielo abierto. Un ser humano que se
somete a la intemperie para abrir su corazón y gritar su dolor, para reconocer
que no ha aprendido todavía lo necesario.
M.C.- Eres un actor
magnífico. ¿Has dirigido o pensado en dirigir alguna vez? (si la respuesta
es “no”, ¿por qué no?)
H.P.- Quizás cuando sea mayor.
M.C.- Todavía eres
joven, pero dada tu pasión, ¿a qué te dedicarías si algún día te retiras de
la escena?... ¿O no te vas a retirar nunca?
H.P.- Compraría doscientas hectáreas de tierra, doscientas
vacas y un caballo.
Para terminar, una pregunta más
frívola:
M.C.- ¿Te gustaría
tener un teatro propio o que hubiese uno que llevase tu nombre? ¿o pasas de
esas cosas?
H.P.- Con frecuencia escucho a compañeros y amigos decir
que comprarían un teatro si les llegara de pronto mucho dinero, la lotería, una
herencia etc. Yo no lo haría jamás. No sabría qué hacer con él. Me arruinaría
muy pronto. Soy escrupuloso y eso es muy malo para la economía y la política.
Estos dos conceptos son imprescindibles para gestionar un teatro hoy. Hemos
sido colonizados una vez más. De las otras cosas, efectivamente paso.